top of page

Siete mazorcas roídas.

Cuando al viejo Aristides García lo acosó la necesidad de ir a dar un vistazo a su majestuoso sembrado de maíz, no se le pasó por la cabeza encontrar una masacre y mucho menos ir a los brazos de una muerte que no lo necesitaba. Nadie en la casa se percató de su ausencia, nadie lo vio salir y nadie lo volvería a ver con vida después de ese fatídico día. Era temprano, despuntaba apenas el sol cuando tomó su machete de limpia al cinto, su sombrero destartalado y el muy necesario calabazo atiborrado del agua que quitara su sed luego de la jornada. Caminó con la certeza de que su preciado maíz, ya próximo a recoger, estaría allí, esperándolo como siempre y a falta de solo algunos días se aprestaba a dar los últimos cuidados a fin de que el producto mantuviera su calidad.

Por la mente del viejo pasaban infinidad de planes con respecto al destino de su producido y guardar por ejemplo una parte, era no solo una necesidad sino también una costumbre heredada, así que de tal manera procuró durante tanto tiempo su cuidado que no había razones para encontrarse algo distinto aquel día. Sus pasos le llevaron pronto a su destino, ya solo le faltaba rodear una pequeña "bola e' monte" para admirar una vez más el fruto de su trabajo.

De pronto, a su encuentro una vaca lo sorprende, la ahuyenta y continua. Al fin llega y sucede lo inesperado, el viejo encuentra todo patas arriba y se despoja de sus arreos, el hervor de su ira lo lleva a una catarsis demoníaca que lo manda a la mierda y a fuerza de sus laboriosas manos cortadas, procura en la medida de lo posible sacar todas esos animales de su cultivo. Ya era tarde. Todo estaba perdido. Su luto era aún más inmenso que el que pudo haber sentido cuando murió su madre. Esa impotencia de ver como el preciado tiempo invertido, las largas jornadas bajo el quemante sol y esas espectaculares plantaciones adornando su tierra se habían perdido, todo estaba perdido.

No pensó en nada más. Su decepción lo llevó al abismo y se desapareció. Ese día no regresó a casa, nadie preguntó por el sino solo hasta al anochecer. No volvió.


Al día siguiente, en su búsqueda fue su sobrino y tuvo la trágica suerte de encontrarlo como jamás lo imaginó. Aristides García estaba colgado en el árbol que proveía de sombra una orilla de la represa y a sus pies siete mazorcas roídas.

Posts Destacados
Posts Recientes
Búsqueda por etiquetas
No hay tags aún.
Síguenos
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page